Adiós a tres grandes autores del cómic

El año 2022 está siendo letal para los dibujantes de historietas. Miguel Gallardo murió el pasado 21 de febrero, Neal Adams el 28 de abril y George Pérez el 6 de mayo

El dibujante George Pérez

El dibujante George Pérez / RICARDO SOLIS

Florentino Flórez

Nacidos con apenas un año de diferencia, George Pérez (1954) y Miguel Gallardo (1955) tenían muy poco en común. El primero representó la continuidad en el mainstream, un currante aplicado que dedicó toda su carrera a los superhéroes, cosechando éxitos en las dos mayores editoriales americanas. El otro, el underground más sucio al principio, con su icónico Makoki, y otras realidades más adultas después. Saltando de la ilustración al cómic, Gallardo encontró la manera de seguir contando historias para públicos cada vez más huidizos, con un dibujo directo y despojado y un humor que no le abandonó nunca, incluso cuando le tocó hablar de su propio cáncer.

En el caso de Pérez, él también tuvo ocasión de hablar de sus dolencias, paseando su desmejorado aspecto por las redes y recibiendo el cariño de incontables aficionados. No en vano, había estado en la cima del mundo del cómic y todos conservamos un rincón en nuestro corazoncito para él y sus personajes. Nacido en el Bronx, trasladó su experiencia del barrio a uno de sus primeros personajes, un secundario aparecido en Los hijos del tigre, una violenta saga de luchadores de kung-fu que parecía la ONU. Uno era negro, el otro blanco y un tercero oriental y a ellos se sumó el Tigre Blanco, un hispano.

Luego Pérez se encargó de otros populares grupos de Marvel, destacando Los Vengadores. Con ellos demostró su verdadero superpoder: podía dibujar cientos de personajes en la misma página, aparentemente sin despeinarse. Volvió a probarlo cuando se trasladó a DC. Pasó por varios títulos hasta dar la campanada con la madre de todas las sagas, Crisis en Tierra Infinitas, la aventura que reunificaba y aportaba sentido al multiverso de la editorial. Allí Pérez dibujó no cientos sino miles de personajes por página. De alguna forma conseguía resultar claro, a pesar de la innegable densidad de las planchas.

Leyenda

Después se convirtió en autor total, escribiendo y dibujando una muy valorable (y feminista) Wonder Woman, sin duda una de sus mejores etapas. También le seguimos en otras colaboraciones, como las que desarrolló con Peter David. Una muy entretenida historia de Hulk y, sobre todo, Sachs & Violence, una trepidante, sexy y violenta serie negra. Más tarde se dejó llevar por su propia leyenda y mientras los aficionados celebraban el desmesurado número de figuritas que era capaz de incluir en cada página, su narrativa se ralentizó y sus cómics perdieron interés. Pero fue uno de los grandes y así lo recordaremos.

De Gallardo destacó su capacidad para reinventarse. Hubo muchos Gallardos. El amigo de Mariscal que participó en sus series de animación, el colega de Mediavilla que dibujó disparates de drogatas, el hijo que narró con afecto la historia del padre en la Guerra civil (Un largo silencio permanece como el mejor entre todos los cómics dedicados a nuestra contienda), el padre de María, a quien dedicó dos cómics que pusieron el autismo en el centro del debate público... Y a título póstumo nos ha llegado El gran libro de los perros, donde expresa su amor por los animales y también por su compañera durante tantos años, Karin du Croo, que firma el volumen con él. Fue un tipo encantador al que ya echamos de menos.

El mundo no es suficiente

Conocí a Neal Adams en 1999 en Gijón, adonde acudió como invitado del Salón del Cómic. Adams fue la gran estrella, una leyenda con una larga trayectoria a sus espaldas. Nacido en 1941, se había hecho popular con su tira Ben Casey, donde imitaba el estilo foto-realista de Stan Drake, el padre de Julieta Jones. De allí saltó a las dos grandes, DC primero y Marvel después. Entendió que pasar de una compañía a otra podía mejorar sus condiciones laborales, como así fue. Fue conocido por su carácter peleón, su incapacidad para quedarse callado cuando algo no le parecía bien. 

Para los aficionados constituyó una auténtica revolución. Adams aportaba una cualidad realista, ilustrativa, muy poco habitual en el sufrido mundo de los dibujantes de cómics. Nadie tenía tiempo para virguerías, así que su llegada fue arrolladora. Sumó a su sofisticado dibujo una barroca puesta en escena, donde abundaron las viñetas inclinadas y los más aparatosos escorzos, que deslumbraron a los lectores.

Con Adams todo se volvió más operístico, tremendo. Comentó de Stan Lee que le parecía melodramático, pero eso bien podría haberse aplicado a su propio arte, chillón y extremo, deslumbrante y barroco. Tanto en su atropellado paso por X-Men o Los Vengadores en Marvel, como en Flecha Verde, Linterna Verde, Batman, Superman o Deadman en DC, Adams dejó un reguero de páginas y portadas inolvidables donde las referencias fotográficas se entremezclaban con visiones imposibles, con dedos proyectados hacia el lector y gestos teatrales y exagerados.