Opinión | Hotel Cadogan

Dormir con la luz encendida

‘La inquietante historia del horror’ desmenuza los grandes tropos del género: monstruos, fantasmas, zombis, dobles, psicópatas, robots y científicos locos

El actor Béla Ferenc Dezső Blaskó, conocido como Béla Lugosi

El actor Béla Ferenc Dezső Blaskó, conocido como Béla Lugosi

Como la eternidad y el insomnio son larguísimos y disponemos de tantas horas muertas para conversar, los moradores del Cadogan nos conocemos muy bien las entretelas; sabemos los secretos confesables de cada uno, las manías, las debilidades y, sobre todo, aquello que nos causa miedo, una de las emociones más primitivas del ser humano, tal vez la más difícil de disipar.

Al jardinero del hotel, el Viejo Yerbas, acostumbrado a los gusanos y la turba, lo aterroriza la posibilidad de que lo entierren vivo. Nuestra cocinera, la señora Patmore, se tortura con el delirio recurrente de que una tribu caníbal, llegada de algún confín del imperio, se merienda sus jugosas carnes, a bocados y sin pan. Y la doncella encargada de la plancha aún se estremece con las leyendas de su Irlanda natal sobre un chupasangres llamado Abhartach.

¡Ah, los vampiros! Nos fascinan porque son una negación enigmática de la muerte. De cuantos ha proyectado la imaginación de los hombres, nuestro favorito, con permiso de Béla Lugosi, sigue siendo Nosferatu, el hombre-rata. No deja de maravillarnos, por cierto, cómo el mito de estos no-muertos, de raíz aldeana y folclórica, fue sofisticándose con los escritores románticos hasta convertirlos en criaturas aristocráticas, estetas, pálidas, cultas y muy sexualizadas, como los vampiros de Anne Rice.

Universo de lo gótico

Esta cuestión y otras muchas las venimos rumiando desde la lectura de un ensayo publicado por Alianza: La inquietante historia del horror. El autor, Darryl Jones, profesor en el Trinity College de Dublín, ha conseguido compactar el universo de lo gótico en solo 170 páginas donde conviven la alta cultura y el pulp, las tragedias de Shakespeare y las pelis bien bañadas de kétchup. Nada de paja, solo grano nutricio. El libro está plagado de ejemplos y reflexiones interesantes. El horror, señala Jones, anida sobre todo en los terrenos turbios, en los límites: yo/otro, vivo/muerto, loco/cuerdo, hombre/bestia, dentro/fuera.

Desde la antigüedad, cada generación ha creado sus propios monstruos para exorcizar sus ansiedades. Si en el fin-de-siècle causaba pavor la colonización inversa, ya proviniera de Oriente o del espacio interplanetario, a los baby boomers y a la Generación X nos aterrorizó la posibilidad de un holocausto nuclear. Ahora, en cambio, estamos en otra pantalla: están de moda el eco-terror y el subgénero del horror digital. Y lo que nos queda.