REPORTAJE

Domingo Villar, el hombre que fue bueno

Hablan los seres queridos del escritor gallego que con apenas una trilogía, negra y sentimental, conquistó el alma de miles de lectores en todo el mundo

Su legado es una obra breve pero magnánima y el recuerdo de un hombre que por encima de todo fue bueno, sin ambages ni dobleces

El escritor Domingo Villar

El escritor Domingo Villar / PIM

En sus páginas se inspira la sal del océano y el yodo de las algas varadas en sus rías, latitud: 42° Norte, 8° Oeste. Domingo Villar (Vigo, enero de 1971-mayo de 2022). Sientes la niebla pegada al rostro, y su humedad que todo lo empapa en el cuerpo. Recorrer en la memoria sus caminos, puertos y playas; intuir los bajos ladinos sin carta de navegación, con su inquietud de marino sagaz, es volver a leerlas, incesantes las páginas como el ritmo de las olas. 1.443 dejó escritas en su trilogía del inspector Leo Caldas, trasunto del hombre apacible y apasionado escritor que Domingo Villar fue (Ojos de agua, La playa de los ahogados, El último barco, 2006-2020, editorial Siruela).

Sólo en castellano, las ediciones de los tres volúmenes superan las 60; ediciones de muy larga tirada que siempre se agotaban, y seguirán agotándose. Ha sido traducido a 15 idiomas y se ha publicado en medio mundo; ha sido adaptado al cine (La playa de los ahogados, de Gerardo Herrero) y en proceso está una serie de televisión que recorrerá toda la saga. 

Con Domingo el mundo era mejor

“Su compromiso no era ideológico, sino humanista. Fue tan apreciado en vida que ni siquiera su muerte puede engrandecer su memoria”. Lo escribió Eugenio Fuentes en el diario Hoy de Extremadura, y en opinión de su viuda, Beatriz Lozano, resume mejor que cualquier epitafio lo que Domingo Villar fue y el legado que nos deja: una obra breve pero magnánima y el recuerdo de un hombre que por encima de todo fue bueno, sin ambages ni dobleces. “Era una persona extraordinariamente atenta, afable y muy cortés: con él sentías que el mundo era mejor”, lo cuenta Pedro Cuartango, periodista, ex director de El Mundo y escritor. “Éramos íntimos amigos; yo apreciaba incluso más su persona que su extraordinario talento literario. Así era Domingo, te hacía sentir mejor persona. Admiré siempre su relación su mujer y con sus hijos, cómo los educaba, era extraordinario (Tomás, Mauro y Antón, 19, 16 y 9 años). La verdad es que yo lo sentía como un hermano, pasábamos los veranos juntos en Nigrán (ría de Vigo, escenario principal de sus dos primeras novelas; para la tercera y última, cruzó de orilla y la ubicó en Moaña) y en invierno también éramos vecinos, paseábamos mucho, de la plaza del Perú al Retiro, sin dejar de hablar, aunque la verdad, un gesto nos bastaba para entendernos”. Los conversadores, una estirpe.

Esa fatídica tarde del 15 de mayo, Domingo había ido a Balaídos a ver a su Celta, y de madrugada se despertó con un dolor de cabeza inconsolable. Cuando la ambulancia atravesó el umbral del Hospital Álvaro Cunqueiro, el escritor ya estaba en parada cardio-cerebral. Pedro Cuartango estuvo entre los seres queridos del escritor que ese mismo lunes viajaron a Vigo y le acompañaron durante las 48 horas que su vida aguantó solo insuflada por las máquinas. 

'Domingo es Vigo', tituló Cuartango el obituario de su entrañable amigo en El Faro. También era Domingo el mar a través, la mar entera, que se surcaba en sus páginas: el paisaje de Galicia fue para el escritor un personaje en el que confluían todos los caminos de su trama y su poética. 

Domingo en el mar a través

Llego al puerto de Aguiño, como otras veces, entre Ribeira y Corrubedo, pero ésta va a ser diferente. Oteo el naufragio en Sálvora y husmeo entre callejas dónde estará la casa de la joven Rebeca, aquella puerta que batió tras de sí y para siempre una noche cerrada de lluvia. Sucede después de leer La playa de los ahogados. Difícil también coger la línea Cangas-Vigo en el barco de pasaje y dejar de buscar a Caldas en aquella gabardina que no tenía tiempo y ya no lo tendrá. Como él, Domingo Villar. Nos dejó su literatura (una novela, una serie, una obra de teatro inconclusas pero que continuarán). Y nos dejó sus caminos de tierra y mar. 

El paisaje es un protagonista más de estos cuentos cortos que llenan las tres novelas del escritor, capítulo a capítulo. Así las concebía, así le salían, así se leen. Y pronto se verán, en la serie que sobre el inspector Leo Caldas preparaba el escritor bajo la dirección de los hermanos Coira: producto gallego 100%. Como el del viejo Eligio, casa de comidas y cultura, a quien Domingo Villar resucitó de entre los centros comerciales y las luminarias de este Vigo de Caballero (su alcalde).

El Stieg Larsson gallego. Suena a marketing. No lo es en el caso de Domingo Villar, tampoco en el Larsson original cuyos mares e islas también surqué (junto con su mujer, desheredada Eva Gabrielsson), en Estocolmo. También, sí, el gallego tiene rutas que sus lectores recorren en estas Rías Baixas, como hacen los fans del sueco muerto subrepticia y también prematuramente tras la tercera entrega de su saga. ¡Malditas coincidencias! Peregrinan los lectores (“en el ayuntamiento de Moaña no saben si ponerme una estatua o asesinarme. Pero a mí, honestamente, lo que más me conmueve es que la gente desee conocer mi tierra siguiendo las huellas de mis personajes”, me dijo un día); persiguiendo la voz imperceptible de las sirenas, que son sus palabras y la emoción que nos transmiten al leerlas.

Domingo y la feria de los libros

Lo contó Anna Soler-Pont, su agente, en el homenaje que la Feria del Libro de Madrid le brindó, entre amigos y seres muy queridos, al escritor fallecido hacía apenas 23 días. Cómo había tomado tierra en Vigo, había subido las escaleras de la Escuela de Artes y Oficios, había cogido el (último) barco a la otra orilla, Cangas/Moaña, avistado playas, ribazos, y, como por encanto, lo iba respirando en medio de la niebla. 

Se lo agradece su entrañable amigo desde niños, el editor Luis Solano de Libros del Asteroide, “Galicia es un personaje más, y para dibujarlo necesitó la distancia (sus últimos casi 20 años en Madrid). Y lo hizo tan creíble y natural para los nativos de allí como para los que no han estado nunca”. Personajes que el novelista, en su locuaz humildad de sabio, creía dirigir como en una empresa coral; dependiendo así su resultado o la novela de unos actores y una escenografía ajenos a él.

Humildad, inseguridad, agradecimiento; sentido del humor, ternura, lealtad: Domingo era un amigo. Agentes, editores, libreros, lectores, críticos, etcétera hasta el último eslabón que es éste, ¿por qué todos hablan del hombre bueno (lo de escritor excelso está fuera de duda: Domingo llevó la novela negra a la categoría del romance más fino)? Lo era. No es porque lo contara su esposa, amor, madre de sus tres hijos enormes, Bea Lozano, con el pequeño Antón agarrado a sus faldas ante el atril que puso la Feria del Libro de Madrid. Entre lo que podía haber leído esos días de duelo y epitafios, señaló solo una frase de la que a su pesar no recordaba la autoría: “Fue tan apreciado en vida que ni siquiera su muerte puede engrandecer su memoria”.

Ahí está Bea engullendo las lágrimas y recordando con orgullo y entereza que “era sin duda el pilar de esta familia”. Y entonces releo una respuesta que me dio: “Junto a mi mujer, que siempre ha sido el pilar de la familia, decidí centrarme en la literatura (y dejar su trabajo en comunicación). Esto además nos permitía que hubiera alguien casa disponible para atender a los niños, que entonces eran pequeños. Voy a buscarlos al colegio, les ayudo con los deberes, hago la compra… Me ocupo con más facilidad”.

Domingo Villar, el padre a jornada completa o padre-madre, el amigo leal, la persona extraordinaria; el escritor preferido de los libreros, de su editorial entera (todo esto y más se escuchó en el tributo de la Feria del Libro de Madrid). El ser para el otro. El hijo que volvió a escribir 750 páginas de su último libro desalentado por el vacío tras la muerte del padre; padre cómplice a su vez, bodeguero productor en Condado do Tea, personaje puntal también de la saga, en las riberas del Miño. Y su primer lector, siempre.

Pero el mejor homenaje, también dijeron y suscribimos, es seguir leyéndolo, recomendándolo, regalándolo como se regalan trozos de vida.

El autor que comenzó a escribir para emular a Vázquez Montalbán

Fue con su primera novela, Ojos de agua (2006), que transcurre en la siniestra torre de Toralla, un farallón del franquismo sobre una roca a escasos metros de la costa. Cuando Domingo ya sabe que la editorial Siruela va a publicarla, envía el manuscrito a la viuda de Manolo Vázquez Montalbán, Anna Sallés, «con palabras de sincera gratitud», me contó.

No es casual que lo recuerde. Esta primera entrega sale a la luz y una voz recorre las librerías, me llegan los ecos desde Santiago de Compostela: se había publicado la primera novela de un escritor de Vigo, un tipo muy querido por todo el mundo (ya entonces se decía), que no iba a pasar inadvertida. La descripción del entorno era de tal maestría, y su protagonista, un detective tan bien construido, que recordaba las mejores novelas de Montalbán.

Lo dijeron los lectores y la crítica enseguida les dio la razón: aquel personaje sepia que tanto ocultaba, sagaz a muerte, solitario y saudoso, amante de la buena culinaria, conocedor de caldos, era descendiente directo de Pepe Carvalho. Algo que, obviamente, Domingo ya sabía: su reconocimiento se había adelantado al de todos, libreros, lectores y críticos, enviando el manuscrito a sus deudos, como homenaje al gran maestro. Así respondía a la pregunta obligada:

-Domingo, ¿pesa la comparación?

-Yo empecé a escribir para ser Montalbán, Banville o Camilleri, que son mis mayores. No aspiro a conseguirlo, me quedo en Domingo Villar; pero por supuesto que reconozco haberme inspirado en Carvalho y no me molesta que me comparen, al revés, ¡cómo podría molestarme! Montalbán fue un grandísimo poeta y agudo observador de la realidad, un gran narrador de una cultura vastísima.

De él admiraba su genial lucidez y perspicacia, y también, aquella manera que tenía el catalán de meternos de lleno en la Historia con mayúsculas, especialmente la que tanto él como su personaje vivieron plenamente a partir de la primera novela de la saga detectivesca, publicada en 1972 (Yo maté a Kennedy). Decía Villar que «es más fácil entender la historia de España leyéndolo a él, que hacerlo en la mayoría de tratados sesudos sobre la Transición».

Cuando a Domingo le preguntaban por sus favoritos, entre ellos y sin duda citaba siempre a MVM, y su novela Los pájaros de Bangkok, la capital tailandesa donde el gran escritor catalán fue a encontrar la muerte un aciago día de octubre de 2003. Seguro que a Vázquez, como gustaban llamarle los adeptos a su tan poética negrura, le hubiera sorprendido muy favorablemente la personalidad de éste su último gran admirador, Domingo Villar.