MISCELÁNEA

He venido a hablar de mi libro: Guillermo Martínez

En el caso de esta novela, la intriga principal es descubrir la clave en la obra de un autor

El escritor Guillermo Martínez

El escritor Guillermo Martínez / QUIQUE GARCÍA

Guillermo Martínez

Mi novela La última vez surgió de una conjunción entre el primer encuentro que tuve en Barcelona con la agente literaria Carmen Balcells, que ya era legendaria, la lectura de la nouvelle La próxima vez, de Henry James, y un tema filosófico que estudió Wittgenstein sobre hasta qué punto el sentido de un texto puede determinarse, un tema que persigo con variaciones en mis últimos libros.

En esta novela reaparece bajo la forma de las diferentes interpretaciones y valoraciones a que puede dar lugar un mismo texto en distintos contextos e instancias de lecturas: la esposa, la agente literaria, el editor, el crítico, el lector final. Y también: hasta dónde es posible para los lectores «apegarse» a un texto y dar con la clave secreta que propone un autor, llegar a la interpretación privilegiada que el autor quisiera señalar. Este es el tema de fondo de mi novela: ¿la literatura es, fatalmente, malentendido? ¿O habría formas de leer más apegadas al propósito y las claves del escritor? Es la diferencia, digamos, entre la idea de Umberto Eco de obra abierta, de «apropiación» del lector, y la idea de Edward Said (o de Susan Sontag) de precisar y jerarquizar entre distintas interpretaciones.

Digo también una palabra sobre las varias escenas de erotismo: creo que en general el tratamiento de lo sexual es menospreciado en la literatura como algo bajo, moralmente indigno, estéticamente «inapropiado». Por eso, cuando aparece, sobresale y sobresalta. Esto es parte de una tradición histórica de censuras y autocensuras, de valorar y representar sobre todo el amor cortés, o los prolegómenos del amor físico, y evitar la «cosa en sí», la gramática de los cuerpos, que queda en el mundo de lo no escrito, como diría Calvino. Hay un libro muy interesante de Ercole Lissardi, La pasión erótica, que muestra muy bien esta separación casi dicotómica en la representación artística a lo largo del tiempo. 

Interpretaciones simbólicas

Me ha pasado muchas veces que críticos y lectores tratan de extraer interpretaciones simbólicas desmesuradas a partir por ejemplo del nombre de mis personajes, o de alusiones a hechos «documentados» de la realidad. O que tengan el afán de descubrir lo autobiográfico por detrás. En mi caso, cuando hago un pie en lo autobiográfico es para transmutar ese elemento «real» en algo diferente, para aguzar en lo ficticio su sentido simbólico. Por ejemplo, cuando llegué a Barcelona a ver por primera vez a Carmen Balcells, ella «realmente» me envió con su chofer a recorrer Barcelona y subí al Tibidabo. Ahora bien, yo tomo en mi novela ese recorrido como introducción al mundo literario del postboom de Barcelona en esa época y como una manera de mostrar, en el interrogatorio que le hace luego la agente a mi joven crítico, el carácter dual y el costado mefistofélico de ella en la misión que está por encomendarle. Parte de lo que escribo sobre el personaje de Núria Monclús tiene que ver con anécdotas de las que fui testigo o me contó ella misma.

En cuanto a las formas de leer -como dice y repite mi personaje- creo que es mejor pasar por alto o despegarse de esas anécdotas biográficas y concentrarse solo en el mundo escrito, el mundo imaginado. La ficción es como el acto de un ilusionista, lo crucial es lo que ocurre «por delante», en la lectura; siempre el truco detrás de bambalinas será irrisorio, prosaico. Dicho esto, en el caso de esta novela la intriga principal es descubrir la clave en la obra de un autor, si la hay. Eso puede llevar a leer las pistas de varias maneras y a teorías más o menos delirantes, tal como ocurre con la elección del sospechoso preferido en la lectura de un relato policial. Eso estaría muy bien, porque quise escribir una novela sobre la escena literaria que tuviera los elementos de suspenso e incertidumbre del género policial. Y ya no digo más, para no descubrir al asesino.