LIBROS

La memoria sin ira de un tiempo triste

Un hombre regresa al lugar de su infancia y adolescencia, en la España de posguerra. Un relato del bien y el mal

El periodista y escritor Juan Cruz en el Café Gijón de Madrid.

El periodista y escritor Juan Cruz en el Café Gijón de Madrid. / ALBA VIGARAY

José María de Loma

"La novela narra una época que, obviamente, yo viví. Pero no es mi historia", le dijo Juan Cruz a Tino Pertierra en una reciente entrevista en este suplemento abril. Pero sí es la historia que Juan Cruz (Tenerife, 1948) observó en su barrio. La historia de tantos pueblos y ciudades de aquella España de los cincuenta, España negra, herida, represaliada, mutilada, asustada, tristona y disminuida. Una España de ambiente mortecino, silencios, cárceles llenas y maestros represaliados.

1.200 pasos son los que separan al hombre que observa y narra (y que ha vuelto al lugar de su niñez) de su casa. De aquel lugar de padres esforzados, "personas extraordinarias", juegos en la calle, despertares a la vida adulta y temor a la Guardia Civil.

Pero ese niño, que no era Cruz pero sí lo era, pudo sobreponerse, avanzar, llegar a la adolescencia y, en un ambiente poco propicio para la cultura, leer a Lorca, leer, leer, sumergirse en la cultura, albergar y encarrilar inquietudes. Vivir. Juan Cruz no ha olvidado nunca unos versos de Michael Krüger: "A veces, me escribe la infancia una tarjeta postal, ¿te acuerdas?". Y a raíz de ese catalizador, el autor ha escrito una novela potente, de superación de la melancolía, muy bien escrita y abundante en evocaciones de las que el lector se siente cómplice. Partícipe. La narración fija a unos personajes decididos, entrañables pero asilvestrados, unos niños algo zangolotinos, qué niño no lo es, que van conociendo el bien y el mal; que son testigos de aquella atmósfera refractaria a la modernidad.

Por la obra desfila el espíritu de Juan Marsé, gran amigo de Cruz. De hecho, algunos sucedidos están tomados de la memoria oral y las vivencias del gran autor catalán. Con el pasar de las páginas, el lector va envolviéndose en ese mundo, del que querría conocer más. Un mundo que confinaba autobuses para no ser usados jamás por el hecho de que en ellos se hubiera practicado la homosexualidad, un mundo en el que había que llevarle a hurtadillas el almuerzo a un veterano profesor republicano, de presente triste y vedado futuro. Un mundo sumido en el aislamiento.

No sé si todo escritor tiene el deber de recordar. De contarse a sí mismo, pero Juan Cruz, en la cima de la literatura nacional, periodista legendario y promotor cultural y literario de primer orden, ha logrado contar y contarnos. Contarse en cierta medida. Y eso es un logro. Es literatura. De alta intensidad. Siendo además un testimonio sobre la adolescencia y la infancia en un tiempo difícil, que está narrado sin ira. Sin condescendencia. Libre de recuerdos prejuiciosos. Con saludables briznas de humor. Con frases que se van encadenando acertadamente, todo a base de capítulos relativamente cortos, absorbentes, con tino en la adjetivación pero sin esa prolijidad que a veces no dice nada. "Quiero ser un poeta que genera alegría", suele decir Juan Cruz, que le ha echado una mirada al pasado y nos lo ha traído. Para que no se olvide.

'Mil doscientos pasos'

Autor: Juan Cruz Ruiz

Editorial: Alfaguara

216 páginas. 18,90 euros