SOBRE ORTEGA Y GASSET

Del mal envejecer

'España invertebrada' es una obra que produce sonrojo y debería haber provocado rechazo

El filósofo y ensayista, José Ortega y Gasset.

El filósofo y ensayista, José Ortega y Gasset. / ARCHIVO

José María Ridao

Ha bastado que la conmemoración del centenario de la publicación de España invertebrada haya invitado a volver sobre sus páginas para que, por fin, la recepción de este opúsculo de José Ortega y Gasset haya comenzado a cambiar de signo. De considerar que contenía una asombrosa profecía sobre el ser de la nación, pronunciada por un filósofo dotado de la presciencia sobrenatural de los profetas, España invertebrada ha empezado a ser vista como lo que no dejó nunca de ser durante los cien años en los que políticos, periodistas e intelectuales la han citado, a lo que parece, sin leerla: una obra que produce sonrojo, sin duda, pero que, además, merecería haber provocado el rechazo de quienes defienden concepciones liberales y democráticas para España.

Porque, en contra de lo que se ha convertido en un lugar común en las revisiones propiciadas por el centenario, no es que España invertebrada haya envejecido mal, sino que sus tenebrosos presupuestos ideológicos han sido frívolamente convalidados a fuerza de apuntalar la imagen de un Ortega liberal del que no existe rastro en este libro, como en tantos otros de los suyos. A tal punto, que la mayor responsabilidad por el monumental equívoco suscitado por la obra de Ortega en la historia de las ideas en España no quepa reclamársela a él, sino a quienes han contribuido a convertirlo en un insólito referente de la España democrática a través de citas sacadas de contexto. Es decir, de lo que Azaña consideró ocurrencias y Sánchez Ferlosio, ortegajos, un término acuñado por Carmen Martín Gaite.

España invertebrada desarrolla una alegoría literaria en la que el país es el enfermo y Ortega el solícito doctor apostado en la cabecera de su cama. Tras una sumaria descripción del particularismo, el síntoma más grave observado en el paciente, Ortega le diagnóstica "una embriogénesis defectuosa por caquexia del feudalismo". Esto es, una suerte de malformación en el momento de la concepción como nación, debida a que, según Ortega, los visigodos eran germanos de baja calidad, llegados a la península después de "dar tumbos" por Europa "ebrios de romanismo".

El profuso inventario de metáforas con las que trata de fundamentar semejantes especulaciones no responde al capricho de la inspiración. Antes por el contrario, la "ciencia histórica" que Ortega dice desarrollar en España invertebrada consiste en eso, en utilizar deliberadamente las hipótesis y teoremas de la ciencia experimental como metáfora para narrar la historia establecida por la historiografía católica y castellanista en el siglo XIX. De ahí, por ejemplo, que la ley de gravitación universal se convierta, reelaborada por la "ciencia histórica" de Ortega, en la "ley de gravitación espiritual", por la que las masas, "los dóciles", deben seguir al mejor, al "ejemplar". Incluso el teorema de Arquímedes le sirve para explicar metafóricamente el distinto lugar que los grupos humanos deben ocupar por simple flotación en una sociedad correctamente vertebrada, gracias a una misteriosa "densidad vital" que Ortega no define.

Mientras se envuelve una y otra vez en las galas metafóricas de la "ciencia histórica" como el mago que ejecuta oportunos pases con la capa, Ortega va desgranando, entretanto, ideas que remiten a una concreta ideología. Ideas como las desarrolladas por Mosca y Pareto en la teoría de las élites, que en Italia inspiraron el fascismo. O como el valor civilizatorio de la guerra, la estructura del ejército como modelo social o la organización en castas como estructura invariable de toda agrupación humana.

Así página tras página saturada de metáforas, hasta acabar proponiendo como famosa solución al problema de la invertebración de España la adopción de un "sugerente proyecto de vida en común", sí. Pero un sugerente proyecto que debería buscar inspiración en Cecil Rhodes, el fundador del apartheid. Y tal vez para que no quepa duda de lo que esto significa, Ortega concluye España invertebrada señalando que, para superar la embriogénesis defectuosa diagnosticada a la nación, no bastarán las "mejoras políticas", sino que serán necesarios una "purificación y mejoramiento étnicos" que produzcan, a su vez, el "mejoramiento de la raza".

En definitiva, no es que España invertebrada haya envejecido mal, según ahora se reconoce como excusa, sino, más bien, que durante cien años la sobredosis de incienso sobre Ortega parece haber eximido de leerlo.

'España invertebrada'

Autor: José Ortega y Gasset

Editorial: Austral

144 páginas. 7,95 euros